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La “persona” del docente

001 Mtra. Rosa María López Solís.
Coordinadora de Programas Institucionales del Instituto de Formación para el Éxito.
Universidad del Valle de Atemajac, León.
 

 

La educación es indispensable para apoyar el perfeccionamiento personal y profesional, para ello es menester enseñar a humanos y como humanos, respondiendo al desafío de educar como una labor que requiere más de la persona del docente, de su actitud, empatía y flexibilidad; si un maestro pretende incidir en un alumno, deberá inspirarle a ser persona y no sólo profesionista. El presente trabajo invita a una reflexión sobre la actividad profesional del enseñante, pero visto desde la perspectiva humana implícita en la tarea de educar, y así, abundar en la búsqueda de un camino más humanizante, que promueva el desarrollo integral de la persona-alumno y la persona-docente.

Palabras clave: educación, persona del docente, persona alumno, desarrollo integral del alumno, educación humanizante.

“Los hombres son hombres, antes que médicos, ingenieros o arquitectos.La educación deberá hacer de ellos hombres honestos, sensatos y capaces, y con el tiempo se transformarán en médicos, ingenieros y arquitectos,honestos, sensatos y capaces”. John Stewart Miller.

coepes-univa-cMás que la simple transmisión de información, la educación es la única herramienta viable para generar crecimiento y evolución en el pensamiento humano. Como coprotagonista del proceso enseñanza-aprendizaje el docente es partícipe activo del desarrollo integral y del perfeccionamiento personal de sus alumnos; sus métodos y la trascendencia de los mismos facilitan al estudiante adaptarse a la sociedad y transformarla.

El reconocido humanista Carl Rogers (Abraham, 1986) planteaba que, mediante las experiencias vividas en la escuela, el estudiante debería llegar a ser alguien capaz de: aprender de manera crítica, evaluar la información, elegir de manera reflexiva, actuar con autonomía, adquirir conocimiento que se ajuste a la realidad, tener el gusto de saber y aprender durante toda su vida.

En otras palabras, la responsabilidad del docente es fomentar y coadyuvar al crecimiento de la condición humana de sus estudiantes, contribuir a su desarrollo para que se conviertan en ciudadanos dignos de estima, que desempeñen un papel positivo en la comunidad. Ahora bien, la pregunta es: ¿existen docentes capaces de “engendrar” este tipo de estudiantes? ¿cuál será el perfil del docente que logre alcanzar esos objetivos? ¿serán docentes con amplio conocimiento y experiencia en los contenidos de sus disciplinas, educadores dotados para organizar, preparar y presentar el material de enseñanza? ¿o maestros capaces de imponer orden y disciplina?.

Desafortunadamente, la tendencia generalizada de aplicar la ley del mínimo esfuerzo convierte la carrera magisterial en un mero trámite, en lugar de enfocarla a la transmisión explícita e implícita de los valores propios de la profesión: ser enseñantes por vocación y no sólo porque sea un trabajo “cómodo” (Zabalza, 2007).  Para lograrlo, es necesario que maestros y maestras pongan mayor énfasis en los mensajes que llegan al alumno por ósmosis, por contagio de su forma de ser y de expresarse. Preocuparse por generar el estímulo formativo que los estudiantes precisan para construir sus propios criterios. Si los profesores no lo hacen, los únicos mensajes claros que los estudiantes recibirán seguirán siendo de los medios de comunicación y los de la cultura social vigente, que seguramente serán menos propicios al establecimiento de criterios equilibrados y formativos (Zabalza, 2007).

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Lo que transmite un docente no puede separarse, como si fuera un objeto, de la persona que lo transmite, se trata de un saber interiorizado que está ligado a un ser que se comunica. Esa transmisión se efectúa entre dos personas que se encuentran en estado de atracción afectiva el uno respecto del otro y aunque el enseñante no sea la fuente del saber (el joven alumno se imagina que sí lo es), la comunicación de ese saber es en realidad la emanación de una voz, de una mirada, de un gesto (Abraham, 1986).

Para modificar los procesos de enseñanza con esta nueva óptica, el docente deberá también interesarse de manera auténtica por el otro, proporcionarle mayor atención en lo individual y así tratar de captarle en su alteridad. Compartir y empatizar con su propia experiencia haciendo a un lado la común práctica en la que caen con frecuencia los docentes y que tiende a clasificar a los alumnos en categorías, tratarlos como una masa indiferenciada y mirarlos “desde lo alto”.

Por el contrario, deberá ofrecer al alumnado, comprensión, confianza y aceptación mediante la libertad y seguridad al momento expresarse y manifestarse. Sólo así, la persona-alumno experimentará auténtica empatía y, al sentirse comprendido, aceptado, estimado y valorado, el estudiante será capaz de modificar y mejorar su mirada sobre sí mismo, atreverse a “ser” y a activar su potencial positivo como persona.

En investigaciones documentadas por Ada Abraham se hace palpable la importancia de ciertas actitudes adoptadas por el docente en su relación con los alumnos, señalando específicamente tres que tienen un peso esencial:

1.- La facultad que tiene un docente para comprender la significación de la experiencia vivida por el alumno en clase; y la facultad de expresar dicha comprensión,

2.- el respeto por el alumno, y

3.- la autenticidad del maestro en su relación con los estudiantes.

Dentro de las condiciones más importantes para mejorar el proceso de adquisición de conocimientos por parte de los estudiantes, ya sea aprender un contenido intelectual, resolver problemas o mejorar su autoestima, el clima psicológico de facilitación creado por el maestro mejora cada uno de estos diferentes tipos de adquisición de conocimiento (Poeydomenge, 1986).

La característica fundamental de un buen profesor consiste, ante todo, en transmitir “pasión” a sus alumnos; lograr apasionarlos por el conocimiento en general y por los asuntos concretos que desarrolla su disciplina. Si enseñar se convierte en un oficio o un simple compromiso laboral enseñar carece de relevancia. Se trata de alcanzar una visión de la docencia desde factores de tipo personal que hablan más de la persona del docente, su forma de ser, pensar y vivir su trabajo.

Los maestros tienen gran credibilidad ante sus estudiantes y deberán aprovechar esa oportunidad para tomar su trabajo con mayor responsabilidad. El eje de la transformación es la educación, ya que permite sacar del hombre lo mejor de sí, por tanto la persona del docente deberá acompañar al alumno en su desarrollo integral y no sólo por el saber en sí. Debe ser ejemplo y tener una congruencia tal que inspire al alumno a imitarle, tanto en el ejercicio profesional de un oficio, como en su manera de conducirse.

Si se tuviera la posibilidad de elegir a los docentes, optaríamos por aquellos capaces de escuchar bien, que se interesan por entender el mundo tal como es percibido por sus estudiantes. Reclutaríamos a aquellos que experimentan cálida simpatía y respeto por el alumno como persona única. Maestros que se sientan suficientemente cómodos y seguros para manifestarse con los estudiantes como verdaderas personas, que conciben a sus alumnos como personas buenas y constructivas.

Asimismo, es importante reforzar los sistemas educativos, enfocarlos en la transmisión del saber. Promover que cada institución educativa se transforme en una organización competitiva que concede el valor primordial al desarrollo de la persona del docente.

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Referencias Bibliográficas

ABRAHAM, Ada. (1986). El enseñante es también una persona. Barcelona: Gedisa.

POEYDOMENGE, Marie-Louise. (1986). La educación según Rogers. Propuestas de la no directividad. Madrid: Narcea.

ZABALZA, Miguel. (2007). Competencias docentes del profesorado universitario: calidad y desarrollo profesional. Madrid: Narcea.