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Los valores sociales: cuidados y descuidos

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Mtro. Francisco Javier de Anda Gómez.
Docente de planta de la Jefatura de Humanidades.
Universidad del Valle de Atemajac, plantel León.

 

Reseña

Los escenarios para la promoción de valores sociales en las instituciones educativas no son favorables. El individualismo neoliberal y los valores postmodernos apuntan en sentido contrario a la solidaridad. Es imperativo partir de una visión del mundo y de la persona integradora para formar alumnos integrados.

Palabras clave

Educación en valores, valores sociales, neoliberalismo, postmodernidad, concepción del mundo, desarrollo integral, utopía.

Desarrollo

Tradicionalmente las instituciones de educación superior suelen considerar los valores sociales dentro del paquete de su oferta valoral, con el propósito de “sensibilizar” a los alumnos ante la desigualdad imperante en el entorno.

Incluir también la agenda social en los programas institucionales daría la impresión de que, al menos en el papel, se estaría cubriendo un aspecto por demás central en el desarrollo integral de la persona, tan ampliamente abordado en el número anterior de esta Revista.

coepes-universidad-valle-atemajac-valores-introAdicionalmente, las instituciones cumplen con el mandato oficial del servicio social, que en teoría, más que como obligación, debería plantearse como un gesto de justicia hacia la sociedad. (La realidad nos muestra que al servicio social le puede ocurrir lo que al servicio militar cuando era obligatorio: convertirse en un requisito inevitable, sin sentido, del que frecuentemente lo único que se obtenía era una cartilla).

Ya se sabe que la educación en valores en general, y más aún los sociales, no es tarea fácil; se ensayan diversos abordajes, unos exitosos y otros no tanto, tratando de cultivar casi siempre en terrenos áridos.

El individualismo a ultranza y la competencia feroz -postulados neoliberales- no sólo no favorecen, sino que apuntan en sentido contrario a la solidaridad.

Como parte del mismo escenario, no se pueden desconocer los valores propios de la postmodernidad que, alimentados por la desilusión, inducen a conductas que privilegian lo inmediato sobre lo trascendente, lo ligero sobre lo complejo, lo concreto sobre lo simbólico, el placer sobre el esfuerzo, lo parcial sobre lo integral, lo individualista sobre lo social…

A título de ejemplo, se pueden encontrar representaciones muy ilustrativas de algunos valores postmodernos en películas como “Matrix” (Cypher, renunciando a su problemática condición humana para ser cómodamente reducido a pila, porque “en la ignorancia está la felicidad”); “Los Piratas de Valle del Silicón” (Steve Jobs arengando a su personal con la frase atribuída supuestamente a Picasso:”los buenos copian, los grandes roban”); “Hombre Peligroso” (Yuri justificando su negocio de tráfico mundial de armas “porque si no lo hago yo, alguien más lo hará; además “me causa un placer enorme ser el mejor en mi oficio”); o “Redes Sociales”; (Zuckerburg robando ideas a los condiscípulos de Harvard).

Todas estas circunstancias adversas para la educación en valores, especialmente los sociales, se agravan cuando se funda en una epistemología, pedagogía y didáctica disfuncionales, de acuerdo a las observaciones de Edgar Morin (1999): “Como nuestra educación nos ha enseñado a separar, compartimentar, aislar y no a ligar los conocimientos, el conjunto de estos constituye un rompecabezas ininteligible. Las interacciones, las retroacciones, los contextos, las complejidades que se encuentran en el no man’s land entre las disciplinas se vuelven invisibles. Los grandes problemas humanos desaparecen para el beneficio de los problemas técnicos y particulares. La incapacidad de organizar el saber disperso y compartimentado conduce a la atrofia de la disposición mental natural para contextualizar y globalizar”.

Es también fuente de confusión, la misma estructura organizacional de las instituciones educativas: se destina una oficina especializada en la formación humanista/valoral con su propia planta docente, mientras que el resto de los profesores se dedica simplemente a impartir su materia. Para Morin, todas las instancias de la institución deberían fungir como promotores de valores desde la trinchera del aula y fuera de ella.

El fondo de la cuestión

El tema invita sin duda a un trabajo de profunda reflexión, audaz y cuidadoso, colegiado y soportado con proyectos de investigación en la línea de educación en valores.

Antes de emprender acciones coyunturales en el campo de la promoción, valoral, es preciso responder a preguntas fundamentales.

En este sentido, el Lic. Carlos Arturo Espadas Interián, en su artículo de la Edición Especial de esta Revista, cuestiona la posibilidad de concebir y expresar el desarrollo integral del alumno sin reconocer los condicionamientos histórico-culturales que, además de la escuela, inciden en la configuración de la persona. Tal concepción de desarrollo se funda en una visión del mundo integradora que posibilite en consecuencia pensar en un ser humano integrado.

Advierte además que en este proceso está implícita una intencionalidad (una definición, una toma de posición, una decisión) acerca del modo de entender al mundo y al hombre; implica también que necesariamente alguien (¿quién?) lo va a hacer, con todo lo que este acto conlleve a la hora de decidir qué tipo de ser humano se pretende y desde qué perspectiva.

Por otra parte, el trabajo filosófico de Anaya Duarte (2001) subtitulado justamente como “una aportación para la formación integral de la persona”, adelanta que su propuesta parte precisamente de una cosmovisión: “Mi concepción del mundo es la de un todo coherente y orgánico, formado, por lo tanto, por partes que se requieren entre sí unas a otras, tanto espacial como, sobre todo, temporalmente. Esto último es lo más importante. Las ciencias físicas y biológicas (y debemos incluir en otro sentido las humanas y sociales) han concluido en un universo en evolución, en permanente cambio (…) El hombre pertenece a ese todo, a ese cosmos.”

El valor de las utopías

Mientras se discuten cuestiones tan profundas, la vida sin embargo debe fluir. Las instituciones educativas tienen en su agenda asuntos “terrenales” que resolver, entre ellos a veces la misma supervivencia. Las universidades no se pueden sustraer al fenómeno de la competencia, con todo lo que ello implica en términos mercadológicos.

Es en ese escenario en el que se ofertan diversas “intencionalidades” que representan su muy propia visión del mundo y de la persona, algunas sin duda sumamente ambiciosas, casi inalcanzables, y por ende utópicas en el buen sentido del término.

A título de ejemplo, se puede mencionar la postura humanista cristiana integral, entendida como una concepción de la vida inspirada en la persona de Jesucristo, en la que, entre otros de igual relevancia, los valores sociales de fraternidad, misericordia, solidaridad, igualdad y justicia son vitales. (Anaya Duarte 2001).

U otro caso en el que valerosa y explícitamente la universidad decide presentarse y distinguirse como comunidad educativa católica que contribuye, de modo riguroso y crítico, a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural, y que apoyada en el diálogo continuo entre la fe y la cultura, ve en el compromiso con los más necesitados la mejor manera de luchar por el progreso y el bienestar de la sociedad (UNIVERSIDAD DEL VALLE DE ATEMAJAC, 2010).

Habrá también quienes apuesten por la razón, la verdad, la ciencia, la pragmática, la eficiencia, la tecnología… siendo todas ellas respetables, y no necesariamente excluyentes entre sí; además, por principio no tendría cabida en un medio académico la más mínima señal de discriminación.

De cualquier forma, es imperativo que las instituciones educativas hagan el ejercicio de crear, definir, reflexionar, difundir, evaluar y recrear su propia postura ante la vida y la persona, si en verdad les preocupa incidir en el desarrollo integral del alumno.

Referencias

ANAYA DUARTE, S.J. Gerardo (2001). Humanismo cristiano y ética. Una aportación para la formación integral de la persona. Universidad Iberoamericana. México.

MORIN, Edgar (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO. París.

Universidad del Valle de Atemajac (2010). Plan Integral de Desarrollo 2010-2014. Guadalajara. UNIVA.